GUIA DE GUADIX DE PEDRO ANTONIO DE ALARCÓN

EL GUADIX DE PEDRO ANTONIO DE ALARCÓN

(Conferencia dictada  el 5 de Junio de 2009, en el Ayuntamiento de Guadix, como parte de los actos de la "V Reunión de Otorrinolaringólogoss de los antiguos Reinos de Granada y Murcia")

Guadix es un tema recurrente en la obra de Pedro Antonio de Alarcón a lo largo de toda su vida y en todo tipo de obras. Para cualquier accitano resulta emocionante pasear por las calles y los barrios de Guadix a través de las páginas de Alarcón. Podemos reconocer lugares todavía existentes, recordar otros que alcanzamos a ver los que éramos niños cuando Guadix todavía terminaba en la barbacana, las cuevas, el arco de Santa Ana y la Puerta de Granada.




El escritor siempre estuvo en contacto con Guadix. Aunque en 1855 abandonó la ciudad para instalarse en Madrid, Alarcón mantuvo viva la relación con su familia y con la ciudad, entre otras razones, porque, como diputado o como senador de la Unión Liberal que fue a lo largo de veinte años, tenía que conocer y controlar los movimientos sociales y económicos de la comarca que representaba. Durante todos estos años visitaba la ciudad dos veces al año, en primavera y en verano. Ésta última estancia era más espaciosa, duraba más de un mes, hasta el final de las fiestas de San Miguel. Por tanto, la visión histórica que tiene de la ciudad no obedece a una ensoñación o idealización de los lugares de su infancia, sino a un conocimiento profundo, pues nunca dejó de estar presente en Guadix y Guadix en él.

Recordemos que PAA nació en 1833; es un año significativo, porque es el año en el que muere Fernando VII, y, con él, el Antiguo Régimen. Y nace en pleno centro histórico de Guadix, a pocos metros de la catedral, en una casa de la calle Hospital Viejo, en el Barrio Latino. Por detrás la casa tenía un huerto con salida a la calle Duende, 2.

Callejón del Hospital Viejo (entrada de la casa natal)



Calle Duende, 2 (parte posterior de la casa natal)

El hospital del que recibe nombre la calle había sido sinagoga judía durante la dominación musulmana. Al ser entregada la ciudad por el rey Zagal a los Reyes Católicos y ser expulsados los judíos, la sinagoga, como ocurrió en otras ciudades de Granada, fue convertida en hospital y orfanato. Este uso se mantuvo hasta que el hospital se trasladó en el siglo XVIII a unas instalaciones más grandes y modernas, en la antigua residencia de los jesuitas, que era llamado el Hospital Nuevo. Este hospital lo llegamos a conocer a pleno rendimiento los accitanos que vivimos en la ciudad en los años 60.

Casa de la Placeta de los Álamos

Más adelante, en 1838, don Pedro de Alarcón compró una casa más grande situada en la plaza de los Álamos. Allí vivió la familia hasta la muerte del padre; entonces la madre, doña Joaquina, se fue a vivir con su hija Josefa, casada con el notario don Ramón Poyatos a la calle del Caño y en la casa se quedó la familia del hermano mayor, Luis de Alarcón.

Calle del Caño

Cerca está la casa natal de Pedro de Mendoza, fundador de Buenos Aires, y la del bravo Lope de Figueroa, nacido en el palacio de los marqueses de Peñaflor, y al que le cupo el honor de compartir galera con don Juan de Austria, y ser el encargado de llevar la noticia de la victoria y los estandartes de los turcos al rey del Escorial. También protagoniza El alcalde de Zalamea, Amar después de la muerte o aparece citado desde Cervantes a El capitán Alatriste.  Otro palacio aún en pie y con importante protagonismo en El Niño de la Bola es el palacio de Villalegre.

Palacio de Peñaflor
Palacio de Villalegre

Encontramos valiosas referencias a su infancia a lo largo de la obra de Alarcón. En La Nochebuena del poeta nos evoca cómo era ese día en una familia accitana de clase media. A la numerosa familia (eran diez hermanos) se les unían las dos abuelas y todos los criados y criadas, que se mezclaban con los niños alrededor de la chimenea, por cuyo cañón caían algunos copos de nieve. La hermana mayor, Joaquina, tocaba el arpa, y el joven Perico, la zambomba; y todos cantaban villancicos: La Nochebuena se viene…, Esta noche es Nochebuena… Y comen roscos, mantecados, alejo, dulces de las monjas, y beben rosoli y aguardiente de guindas. De noche van a la misa del gallo, y al amanecer, a la bulliciosa misa de los pastores.

En Un maestro de antaño, memorias del apócrifo Bachiller Padeaya, describe cariñosamente, pero sin ocultar duras críticas, a su primer maestro, el asturiano don Carmelo Clavijo. La escuela estaba en el Pósito, donde ahora está el Ayuntamiento, en un salón en el que cabían 120 alumnos. El horario era de 8 a 12 y de 3 a 5, de lunes a sábado, sin vacaciones de verano, aunque con numerosas fiestas, lo que reducían los días efectivos de clase “pongamos la mitad del año y es cuenta redonda”. Los alumnos pagaban al maestro una peseta cada uno, y dos reales los más pobres; paga que les reclamaba puntualmente, aunque les confesaba que “celebraría mucho ser rico y poder enseñar a ustedes de balde”. El maestro era un sargento retirado, que había puesto la escuela con la herencia recibida de su difunta esposa; tenía 50 años y se jubiló con 70. El maestro ignoraba las reglas de ortografía y la Gramática; de aritmética enseñaba la regla de proporción y de compañía y la geografía que enseñaba en 1839 era la anterior a la Revolución Francesa. PAA denuncia los castigos que infligía a los menores: ponerse de rodillas, azotarlos con los pantalones bajados, palmetazos con una vara de álamo negro y correazos. Pero también se prestaba a limpiar a los más pequeños, y, si hacía falta, les lavaba la ropa, y mientras se secaba, los arropaba con su enorme pañuelo de hierbas, que normalmente llevaba sobre un hombro y con el que se sonaba estruendosamente.

La enseñanza secundaria, a falta de un instituto civil, se confiaba al Seminario de Abajo, que se encargaba de educar a los hijos varones de la clase media urbana y de los propietarios comarcales, para seguir estudios eclesiásticos, en el Seminario de Arriba, o preparar el examen del grado de bachiller, que se hacía en Granada y facultaba para empezar las demás carreras universitarias. Este edificio había sido un palacio nobiliario que había adquirido la catedral como seminario. La fachada ostenta el escudo de los Ramírez de Arellano, parientes de los Mendoza, y la F y la Y de los reyes Fernando de Borbón e Isabel de Farnesio. Cuando estudiaba allí PAA, estaba en un callejón, pero después sería demolida una manzana entera de casas árabes para dejar una plaza amplia que diera una perspectiva más vistosa a la fachada de la catedral.

En el Seminario, PAA preparó durante tres años el examen de bachiller, que aprobó en Granada con catorce años. Posteriormente el edificio fue adquirido por el estado y fue instituto de bachillerato y Escuela de Bellas Artes.

Entonces decide estudiar Leyes en la Facultad de la capital, pero sólo puede seguir los estudios universitarios un trimestre, debido a las estrecheces económicas de la familia. Se ve obligado a volver a Guadix y seguir estudios de Teología en el seminario de Arriba durante los siguientes cinco años, con la perspectiva de convalidarlos por los de Leyes. Entonces había en este seminario cincuenta alumnos externos y cuarenta internos. Este seminario ocupaba el antiguo convento de los Agustinos y está adosado a la vieja alcazaba árabe, que él llama “palacio real”, por haberlo sido del reino de Taifa de Ibn Milham y del rey nazarí Nasr I y luego del rey Zagal.

Mientras sigue con desgana los estudios eclesiásticos, lee vorazmente cuanto cae en sus manos, y escribe febrilmente. No lo hace solo, pues en estos años hay un nutrido grupo de aprendices de escritores llenos de entusiasmo. Su cabecilla es Torcuato Tárrago y Mateos, diez años mayor que nuestro novelista, que ya disfruta de la gloria de haber visto publicadas sus primeras novelas. Luego sería prolífico autor de folletines. El grupo se autodenomina sencillamente La Tertulia, en él también participan el citado periodista José Requena Espinar, Gumersindo García Varela, José María Casas, José María Ramírez de Aguilera (luego magistrado), el músico Mariano Vázquez y el abogado Enrique López Argüeta, casado desde 1849 con Joaquina, la hermana mayor de Pedro Antonio, y que más adelante sería su representante político en la ciudad. Al principio se reúnen en cualquier sitio; el Paseo, la Plaza y la Alcazaba son los favoritos, hasta que el alcalde de la ciudad, don Ramón de Asenjo y del Real, les concede un almacén del Pósito del Grano, junto al Ayuntamiento, al que se accedía desde la calle Ancha. El almacén estaba construido bajo la muralla árabe, cuyos restos todavía son visibles en los muros de las tiendas. Buena parte del éxito de las actividades culturales que organizaban se debía a la participación de las mujeres de la ciudad; aquí encontraron una oportunidad de reunirse al margen de las celebraciones en el contexto familiar.

Los autores de "La Tertulia" fundan una colección literaria, que pomposamente llaman Biblioteca Española, en la que los socios ven publicadas sus obras a través de la imprenta Llorente de Madrid. En 1854 consiguen adquirir a plazos una imprenta propia, lo que dinamiza la actividad literaria del grupo, aunque el esplendor es fugaz, al año, al no poder cumplir los pagos, les fue incautada. Más adelante, cuando Alarcón se dedicó con éxito a la vida política, como candidato liberal de este distrito en el Congreso o en el Senado, algunos de estos escritores configurarían la oposición local carlista, liderada por su antiguo amigo Tárrago y Mateos, que denuncia las prácticas caciquiles del clan de Alarcón y hasta encabeza una partida de guerrilleros facciosos contra Amadeo I. Incluso, cuando el Ayuntamiento cae en manos de los conservadores, llenan de árboles la calzada delante de la casa de Luis de Alarcón, hermano del novelista, para taparle la vista exterior a la Plaza de los Álamos. Ante la evidente hostilidad de buena parte del pueblo, Alarcón se vio obligado a renunciar a la representación de esta circunscripción y lo hace por las provincias de Ultramar. Quizá resulte significativo que, tras la muerte de los dos escritores, amigos en la juventud y adversarios en el final de sus vidas, el ayuntamiento concediera una calle más importante a Tárrago y Mateos que a Alarcón. 

En cambio, José Requena Espinar se oponía al novelista desde el bando republicano, aunque con menos acritud. Los republicanos denuncian su empeño interesado por poner la estación de Guadix en Hernán-Valle y la apropiación de tierras comunes en aplicación irregular y tardía de las leyes de Desamortización. Requena Espinar, al ser más longevo que sus compañeros, lideró el regeneracionismo noventayochista a finales del siglo XIX y principios del XX desde su periódico El Accitano. Este escritor y su periódico representan en la ciudad el espíritu regeneracionista del 98. El periódico insiste obstinadamente en la necesidad de limpiar y adecentar la ciudad y en impulsar la educación de los pobres. Merced a una campaña que hizo el periódico de Requena Espinar contra el estado ruinoso de las llamadas casas de Pedro Cañas, en las que se ubicaban los Juzgados y la Cárcel a finales de siglo se embelleció la plaza de la catedral antes referida.

La Tertulia no es la única sociedad cultural que hubo en la ciudad, y todas las frecuentaba Alarcón. La del Pósito está controlada por el poder municipal y eclesiástico (por ejemplo, tienen que ofrecer una corona poética al nuevo obispo de Guadix, don Juan José Arbolí y Ascaso, en 1852). También celebran la Semana Santa, rindiendo visita a los “monumentos” y como mayordomos de las cofradías, con frac y guantes. Más extremistas, de tendencias republicanas, eran los contertulios que se reunían en la plaza Mayor, en la rebotica de don José Ruiz Villanueva, que el autor evoca en El Niño de la Bola, donde el novelista hace un entrañable autorretrato en el personaje de Pepito. El Liceo accitano, situado donde ahora se encuentra el teatro Mira de Amescua era otro foco cultural popular, que promovía juegos florales, certámenes científicos y literarios, bailes, juegos de sociedad y representaciones teatrales y musicales. Estaba sobre el antiguo palacio del Rey Zagal y muchos años después recibiría la visita emocionada de Falla y García Lorca, de la que nos queda el testimonio de una entrañable fotografía.

Como vemos, toda la vida cultural gira alrededor de la Plaza Mayor. En las obras de PAA es punto de llegada y salida de diligencias, lugar de encuentro de los corrillos de jóvenes que salen de paseo por las huertas, donde está la taberna de la que el corregidor se hace llevar el diario cuartillo de vino blanco, y donde estaban la picota y el balcón donde se ajusticia a los condenados a la horca (El carbonero alcalde). En el centro había una enorme fuente, apoyada sobre un pedestal de origen fenicio. La taza inferior está actualmente en el Colegio de la Presentación. La plaza fue también corral de comedias, y sabemos que el Ayuntamiento pagó por sus representaciones a la compañía de Andrés Angulo amigo de Cervantes, que aparece en El Quijote.

El edificio más representativo de la plaza es el balcón del Corregimiento, luego Ayuntamiento. Guadix había sido desde la Reconquista cabeza del corregimiento que incluía hasta los ayuntamientos de Baza y Almería. En el siglo XVIII ya se habían segregado del corregimiento los ayuntamientos de Baza y de Almería y el límite del Corregimiento estaba en Fiñana, Abla y Abrucena. Después de la reforma de 1833 y la formación de las provincias, desaparecen los corregimientos, lo que constituye un desastre económico y social al que se añade la pérdida del Batallón Provincial. El recuerdo de los días gloriosos de la ciudad, lo ve simbolizado PAA en el ya desusado sombrero de tres picos y la capa granate de su abuelo, que había sido funcionario del corregimiento. Así dice: “Guadix conservó durante tres siglos algunos aires señoriles; y allá por el año de 8, cuando la invasión francesa, los graves señores que eran Regidores perpetuos vestían sendas capas de grana, ceñían espadín y se cubrían con sombrero de tres picos. -Yo he alcanzado a conocer esta vestimenta de mi abuelo, que se conservaba en mi casa como una reliquia, y que nosotros, los hijos del 33, irreverentes a fuer de despreocupados, dedicamos a mil profanaciones en nuestros juegos infantiles”. Los soportales de la plaza con sus escudos nobiliarios, el águila bicéfala, los yugos y las flechas son el testimonio del poder de los Austrias. Esta plaza fue también más tarde objeto de una campaña de limpieza e higiene por parte de El Accitano. Por supuesto, la plaza era de tierra y el periódico se queja de la molestia del polvo por falta de riego, del lodazal y basura que viene del caño del hospital y del estado ruinoso de algunas viviendas.

La catedral es, evidentemente, otro espacio simbólico crucial para PAA. Como él dice: “De la antigua grandeza sólo quedaba en pie un monumento, y ese era la Catedral. La Catedral, bella, artística, rica, gobernada por insignes prelados y sabios cabildos, descollaba sola entre escombros romanos, árabes y semifeudales. ¡La Catedral era el único palacio habitado; el único poder que conservaba su primitivo esplendor y magnificencia; el alma y la vida de Guadix!"

“En ella recibí mis primeras impresiones artísticas. Ella me dio idea del poder revelador de la arquitectura; allí oí la primera música; allí admiré los primeros cuadros. Allí … entreví el arte, soñé la poesía, adiviné un mundo diferente del que me rodeaba en la ciudad.”

También era objeto de bromas menos respetuosas, como la copla que decía: “Dios dé a tus niñas maridos/ cuando lleguen a su abril;/ y a tu niño un obispado,/ aunque sea el de Guadix”.

Es el espacio de la legión de escritores que antecedieron al novelista, allá por el siglo de Oro, de los que muchos eran segundones. Por ejemplo, allí vivió como maestrescuela, sus últimos años, hasta los 82 con que murió, el bastetano Francisco Márquez Torres, capellán de la corte que tuvo el honor de haber firmado cuarenta años antes, la Aprobación del Quijote. En ella dejó la primera crítica de la novela, que no pudo ser más atinada, al señalar “la lisura del lenguaje, no adulterado con enfadosa y estudiada afectación, vicio con razón aborrecido de los hombres cuerdos”.

Pero otros fueron escritores de primera fila, como el obispo de Guadix y cronista y confesor del emperador Carlos V, fray Antonio de Guevara, o el famosísimo dramaturgo Antonio Mira de Amescua, alabado por Lope, Cervantes o Vélez de Guevara, que se refiere a la ciudad, como “No nos olvidemos, de camino, de Guadix, ciudad antigua y celebrada por sus melones, y mucho más por el divino ingenio del doctor Mira de Amescua, hijo suyo y arcediano.”

Desde una perspectiva romántica, junto a la catedral, siempre contrapone Alarcón la alcazaba árabe, de la que no deja de sentir que “era un montón de ruinas”, y que “había sido palacio real”, cuando “llegó a ser hasta capital de un reino”. Él habla de que en esta época poseía una esbelta torre, que después se habría derrumbado y desapareció para siempre.

A Alarcón le gustaba recordar que allí estaba enterrado Abén Humeya. También fue corte del rey nazarí Nasr y del reino de Taifa de Ahmad Ibn Milham, de quien era médico y secretario Ibn Tufayl. Cuando el rey fue vencido por los almorávides y llevado al exilio a Marraquech, el escritor accitano le acompañó. Allí el califa le nombró secretario de su hijo, a pesar de profesar en la secta heterodoxa de “los contemplativos”. El autor de El filósofo autodidacta murió en el año 1185.

Alarcón se siente orgulloso de sentirse parte de un pueblo de “moros bautizados” y “semiafricanos”. Se siente identificado con la cultura musulmana, cuando confiesa que “"Nacido al pie de Sierra Nevada, desde cuyas cimas se alcanza a ver la tierra donde la morisma duerme su muerte histórica; hijo de una ciudad que conserva clarísimos vestigios de la dominación musulmana, habiendo pasado mi niñez en las ruinas de alcázares, mezquitas y alcazabas, y acariciado los sueños de la adolescencia al son de cantos de los moros, natural era que desde mis primeros años me sintiese solicitado por la proximidad del África”. Muestra entusiasmo por el pasado morisco de su pueblo e invita a su público madrileño a conocerlo: “Id allá y os asombraréis, como yo, de que en España existan todas las maravillas de África”. Pérez Galdós descubre esa vocación islámica en el accitano, y lo describe así, mientras escribía Diario de un testigo de la guerra de África:

“Con las vueltas del pañuelo de colores en su cabeza, Perico Alarcón era un perfecto agareno. Viéndole de perfil, la vivaz mirada fija en el papel, ligeramente fruncido el ceño... Así le sale historia de España lo que debiera ser historia marroquí... Perico, moro de Guadix, eres un español al revés o un mahometano con bautismo... Escribes a lo castellano, y piensas y sientes a lo musulmán... Musulmán eres... El cristiano soy yo». (Aita Tettauen).

También Pío Baroja destaca este rasgo de Alarcón en sus memorias, al contar que cuando su familia se trasladó a Madrid se fue a una casa en la calle Atocha y "en la misma acera, dos o tres casas más arriba, vivía el novelista Pedro Antonio de Alarcón, que aparecía en uno de los balcones. Era un hombre no muy viejo, de barba negra, con aire de moro triste.”

Guadix se limita en la obra de Alarcón al Barrio Latino, el barrio de San Miguel y las Cuevas, donde viven los gitanos. Es el barrio de San Miguel el “barrio más guerrero de la ciudad, donde vivía casi toda la gente trabajadora”, que tiene fama de que “es muy buena, aunque muy peleadora”. El barrio de San Miguel es el barrio más antiguo de la ciudad, cuando los musulmanes amurallaron la medina desplazaron a estos arrabales a los habitantes indígenas, de los que desconfiaban. Probablemente, ya habían hecho lo mismo los romanos libres, los fundadores de Julia Gemela Acci.

La iglesia de San Miguel está construida sobre un podio que delata su inconfundible origen latino, y también había sido mezquita menor. Que los materiales de la plataforma sean romanos no implica necesariamente que antes fuera un templo latino, sino que también han podido ser acarreados aquí desde un edificio próximo (por ejemplo, desde el gran circo recientemente descubierto cerca del torreón de Ferro). Sobre el muro norte, en el callejón de Mensafíes, se apoyaba la puerta de Granada, que da nombre a la calle.

Los alrededores de Guadix son reiteradamente descritos en los mismos términos: viñas y olivares; sintetiza su imagen de Guadix en esta frase así “la ciudad de Guadix, que tiene Catedral, Alcazaba árabe, río, huertas, viñas, sierras, Batallón provincial (hoy de depósito), Juez de ascenso, dos lápidas romanas y un alto relieve fenicio, escribí desde la edad de diez años a la de diez y nueve mis primeros versos, artículos y novelas”. El batallón de depósito estaba destinado solo para reclutas militarizados por un tiempo limitado y el Juzgado de ascenso, al que se accede por concurso, es de categoría superior al Juzgado de ingreso, al que acceden los que acaban de aprobar las oposiciones.

Es significativa la fijación que tiene por sintetizar el paisaje en el río, las huertas y las viñas.

Su atracción por el río y las huertas de su vega, lo hermanan con los primitivos autores árabes de la ciudad, de los que destacan las hermanas Ziyad, Ibn al-Haddad, Ibn Tufayl y al-Sustari. Una de las hermanas Ziyad, canta:

“Las lágrimas revelan mis secretos en un río/ donde hay tantas señales de belleza;/ es un río que rodea jardines/ y jardines que bordean el río”; por cierto, escritores musulmanes que, sin excepción acabaron sus vidas perseguidos, desterrados de su tierra por sus gobernantes.

En cuanto a las viñas, éstas son el paisaje natural que menciona siempre que se refiere a los alrededores de Guadix. Recordando a una novia juvenil repite: “A la vuelta de las viñas,/ de las viñas de mi pueblo,/ Dolores se quedó atrás… Juntos por los olivares/fuimos así mucho tiempo”. El Niño de la Bola es anunciado por los niños, que gritan: ¡Manuel Venegas! ¡Allí viene! ¡Ya cruza las viñas! ¡Pronto llegará aquí! Es curiosa la fijación de PAA por señalar los viñedos como lo más característico del paisaje que rodea a Guadix, porque él no lo sabía entonces, pero Acci significa “viña”.

Concluyamos señalando cómo el escritor postula a la sociedad plural y armónica de Guadix como modelo ideal de la España de la Restauración. En ella conviven lo cosmopolita y lo rural, la ilustración y la iglesia, lo moro y lo cristiano, del Antiguo Régimen y de la democracia. Sus protagonistas son síntesis simbólica de la España moderna, desde sus nombres: Trinidad Muley, Rodrigo Venegas. Conjugan lo más racial de lo cristiano y de lo árabe. Para él esa conciliación era un destino de la ciudad, estaba en la naturaleza de Guadix, pero también era un proyecto político nacional, reiteradamente defendido desde sus escaños del Congreso o del Senado.

Esta imagen ideal de Guadix no se vio correspondida por la ciudad. En su juventud, cuando era un joven airado, un rebelde sin causa, decía que "desde el día que fui una singularidad en mi pueblo, principié a ser desgraciado, pues me quedé solo con mi pequeña gloria, bloqueado por la envidia y encastillado en mi soberbia".

Guadix está en deuda con Pedro Antonio, le debe, como tienen todos los escritores de su nivel, una casa museo decente, una guía que señalice los lugares alarconianos, una placa en su casa natal, y corregir la doble afrenta hecha al hacer compartir la sepultura a dos glorias accitanas que nada tienen que ver entre sí, ocurrencia que no tiene más justificación que la mezquindad de aprovechar el sitio.



Comentarios

Unknown ha dicho que…
A menudo sigo esta página y me gustaría conocer el poema completo de " a la vuelta de las viñas, de las viñas de mi pueblo" lo tuve hace años y lo he perdido. Les quedaría muy agradecida

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