PEDRO ANTONIO DE ALARCÓN EN LA GUERRA DE ÁFRICA (1859-60)
Publicado en la revista digital EL LEGADO ANDALUSÍ, nº 47. 2012, 3º trimestre. Granada.
(...de
tanto como he pensado, amado y sufrido en África...)
En
el verano de 1859 los carabineros españoles de la frontera de Ceuta estaban
terminando de construir un pequeño puesto de guardia en los aledaños de la
muralla de la ciudad, cuando en la noche del 10 de agosto un grupo de cabileños
del Boquete de Anghera procedieron a derrumbarlo, a arrancar los mojones que
señalaban la frontera y a destruir los escudos tallados en la muralla. Los
españoles reaccionaron patrullando en campo abierto por las proximidades de la
muralla y reconstruyeron el baluarte, lo que desencadenará una serie de
incidentes fronterizos que concluirán con la petición formal de una reparación
por parte del cónsul español de Tánger al gobernador marroquí, en carta remitida el 7 de septiembre. La
respuesta del príncipe Muley-al-Abbas, lejos de ser satisfactoria, supone una
provocación.
...mi antiguo afán de esparcirme, de ver, de ser
visto...
Pedro
Antonio de Alarcón, pasa el verano de 1859 en Guadix. Ya no es el joven
calavera, bohemio y revolucionario que abandonó la ciudad en 1853; aquel que doña Emilia Pardo Bazán
describía como joven con aspecto de suicida,“melenudo” (¿alguien se puede
imaginar al insigne académico “melenudo”?) y “macilento”, poseído de
“repentinos y fugaces pujos democráticos”. En 1854 le cupo en suerte ser llamado a quintas, y
tuvo que regresar de Madrid para suplicarle a su padre la compra de la
redención del servicio militar. El padre le hizo jurar que volvería a la casa
familiar al menos una vez al año, y desde entonces cumple la promesa hecha,
como mínimo cada verano, y regresa a Madrid pasadas las fiestas de San Miguel.
Como
cada año, se reencuentra con algunos de sus viejos amigos de La Tertulia. Es el periodista de moda en Madrid, los
principales periódicos envían a Pedro
Antonio de Alarcón, según él cuenta, con
la misión “de correr mundo, de presenciar cuantos sucesos notables ocurrían en
mi tiempo, afán que me había llevado a todo linaje de inauguraciones, y
espectáculos, a ver ajusticiar reos, a la primera Exposición Universal de
París”. A pesar de su juventud, este año
ha sido cronista mordaz de los carnavales, ha reseñado la Exposición Floral de
Valencia y la inauguración del ferrocarril de Madrid a Toledo, compartiendo
vagón con la Reina, ha sido invitado por su amigo Antonio Trueba a Santander y
acaba de disfrutar de las fiestas del Corpus en Granada, que ha dado motivo a
su último artículo publicado ese verano: Una conversación en la Alhambra.
A
nadie le sorprende que Pedro Antonio de Alarcón mantenga correspondencia con
Juan Valera, escritor, diplomático y diputado por el partido moderado desde
1858. Este político es el primero en informar al escritor accitano de la deriva
que está tomando el incidente de Ceuta, de la inutilidad de los esfuerzos
diplomáticos realizados, por la intransigencia de ambos gobiernos, y le
confiesa que “No sé qué movimiento instintivo del corazón me dice que si esta
guerra llega a empezar ha de ser dichosa y ha de levantar de nuevo a la nación
española”. Seguramente a Alarcón le parecería una reflexión exagerada.
...mi niñez en las ruinas de alcázares, mezquitas
y alcazabas...
¿Guerra
con el pueblo marroquí? Lo árabe es consustancial a Pedro Antonio de Alarcón. A
él le gustaba autodefinirse como un
“moro bautizado”. Pedro Antonio de Alarcón presumía de sentirse parte de un pueblo de “semiafricanos”. Se siente identificado con
la cultura musulmana, cuando confiesa que “Nacido al pie de Sierra Nevada,
desde cuyas cimas se alcanza a ver la tierra donde la morisma duerme su muerte
histórica; hijo de una ciudad que conserva clarísimos vestigios de la
dominación musulmana, habiendo pasado mi niñez en las ruinas de alcázares,
mezquitas y alcazabas, y acariciado los sueños de la adolescencia al son de
cantos de los moros, natural era que desde mis primeros años me sintiese
solicitado por la proximidad del África”.
Muestra entusiasmo por el pasado morisco de su pueblo e invita a su
público madrileño a conocerlo: “Id allá y os asombraréis, como yo, de que en
España existan todas las maravillas de África”.
Su infancia “era la visión oriental que a mí me había sonreído a lo
lejos, siempre que fui a conversar con lo pasado en las alcazabas y palacios
moriscos de Guadix y Granada”. En su
niñez buscaba tesoros debajo de las cañerías de Guadix (“Me he arrastrado como una serpiente
por cañerías morunas buscando tesoros”, Diario de un madrileño, 1858).
Pedro Antonio de Alarcón usaba en Granada, como miembro de La Cuerda
Granadina el seudónimo de Alcofre; más tarde, en el primer periódico
en el que colaboró en Madrid, El Látigo, utilizó el de El Zagal;
y algunas de sus poesías satíricas llevaban la firma humorística de Al-Arcón
ben al-Arcón. Son continuas sus muestras de identificación con lo árabe, y
se mantendrán a lo largo de toda su amplísima obra futura.
Terminado
el verano, Pedro Antonio de Alarcón regresa a Madrid. Allí se pone al día de
los acontecimientos, que se han ido precipitando hacia un desenlace fatal. Toda
la prensa, la gubernamental y la de la oposición clama a favor de la
intervención armada. El gobierno
consigue el necesario compromiso de abstención de las potencias europeas. Por
fin, se declara oficialmente la guerra
en sesión de Cortes del 11 de octubre, con el apoyo de todos los partidos de la
Cámara y la única oposición del diputado conservador Alonso Martínez. Se calcula que la campaña durará cincuenta
días y se presupuestan sesenta millones de reales de gastos. Se equivocan, pues
la duración total de la campaña será de ocho meses y el desembolso del Tesoro
será de 230.000.000 de reales. Pedro Antonio de Alarcón asiste el 7 de
noviembre a la solemne partida hacia el frente, desde la estación de Atocha,
del recién nombrado general jefe de la campaña, el presidente de gobierno, don
Leooldo O'Donnell.
Desde
toda la prensa se alienta la intervención, obviando el motivo concreto que ha
desencadenado el conflicto, y apelando a otras causas: la defensa de la raza y
de la religión, los intereses comerciales, el prestigio de la nación ante las
potencias europeas; incluso hay quien apela al testamento de Isabel la
Católica. Por supuesto, los principales peródicos envían corresponsales de
guerra, como Gaspar
Núñez de Arce para La Iberia y El Constitucional, Peris Mencheta para La
Correspondencia de España y El Mercantil de Valencia, Carlos Iriarte
para El Mundo Ilustrado o Juan Pérez Calvo para la Discusión. La
reina, emulando a Isabel la Católica, pone a disposición del ejército sus
joyas, si ello hiciere falta.
...de cómo senté plaza...
Conforme
pasa el tiempo, las noticias son más desalentadoras. Los hechos ponen de
manifiesto que en organización de la campaña ha habido improvisación y
descoordinación. La crudeza del invierno impide el transporte marítimo de
tropas, caballos y material bélico. La ocupación del Monte Negrón, que tiene
que dar el acceso a Tetuán está estancada y se hace necesaria la participación
de un nuevo cuerpo de ejército. El general Antonio Ros de Olano es designado
jefe del nuevo batallón, que embarcará desde Málaga el 29 de noviembre. El
general es también afamado poeta y autor teatral. Y es amigo personal de Pedro Antonio de
Alarcón, que ve la oportunidad de satisfacer sus deseos de conocer el mundo
musulmán y de ejercer como cronista de guerra, hará de Ercilla, de Bernal Díaz
del Castillo de las gestas de su amigo.
Pedro
Antonio de Alarcón, se compromete a enviar sus artículos a los editores Gaspar
y Roig. Todavía no había publicado ninguna novela, ni había intervenido en la
vida política. Como escritor, había intentado suerte con una obra teatral, pero
fracasó y renunció a la literatura. Era un periodista entrometido, un hombre de
mundo codiciado en los salones de la alta sociedad, conocido por sus cuentos y
cuadros costumbristas, y por los retratos de escenas de la vida de Madrid,
especialmente de la vida nocturna y frívola; y temido por sus dardos irónicos.
No parecía reunir el perfil de un cronista de guerra, pero él está dispuesto a
asumir el reto.
En
Málaga, donde se dispone a embarcar con la tropa, se ve impactado por el
escenario dantesco que contempla. El mundo militar no son los escenarios
deslumbrantes que imaginaba, sino miles de jóvenes heridos y agonizantes en
tiendas de campaña o al aire libre en medio del puerto. Entonces, el periodista
rutilante de la Corte, en un arrebato romántico, decide alistarse como soldado
raso en el batallón Ciudad Rodrigo. Él, que se había humillado ante su padre
para conseguir librarse de las penurias del servicio militar, ahora se alista
voluntariamente para ir a la guerra, y a las posiciones más arriesgadas. Era el
11 de diciembre de 1859.
...renglones trazados con lápiz en lo más recio de
las batallas...
El
joven Alarcón acude al campo de batalla, armado con espada, revólver, lápices,
plumines, tintero, cuartillas, carpetas, un caballo, al que llamó África,
y un fotógrafo al que ha contratado en
Málaga. Él se enorgullecía de haber sido el primer periodista de la historia en
llevar un fotógrafo al continente africano. Aunque el mal tiempo que dominó aquellos días
hizo imposible el trabajo de su ayudante, es digno de señalar el gesto del
escritor, que, además del significado periodístico, como visión de futuro de la
importancia de la imagen en la prensa moderna, indica un cambio de actitud del
autor, del romanticismo al realismo. No va con la idea de idealizar lo
oriental, de satisfacer el imaginario que las fantasías románticas transmitían
del exótico Oriente (jinetes, luna llena, odaliscas); sino de dar un testimonio
verídico y auténtico de los hechos. El nombre del título de la obra refleja ese
carácter testimonial y público. Es diario
en el doble sentido de la palabra. Testimonio individual de hechos vividos y publicación periódica para el conocimiento
público. También supo aprovechar que a partir del 29 de diciembre existe cable
telegráfico submarino, y le dio a su estilo un tono coloquial, narrativo,
emocionante, destacando la inmediatez de la noticia; próximo al periodismo
moderno (“Ya suenan los primeros tiros. Adiós amigos. Hasta la noche”, “Conque
hasta mañana, que la sopa está en la mesa; o por mejor decir, el potaje está en
el suelo”, “Voy a apagar la
luz, no sea que el lienzo de la tienda deje paso a la claridad, y esta sirva de
blanco a los cañones moros”).
Los
artículos se publicaban bajo el título de DIARIO DE UN TESTIGO DE LA GUERRA DE
ÁFRICA, en folletos de ocho páginas, de los que se vendían cincuenta mil
ejemplares a real cada entrega, durante cinco meses. Es una cantidad
desorbitada teniendo en cuenta el altísimo analfabetismo que había en España.
También hay que considerar la propagación que tendrían, pues era leídos en voz
alta en hogares, barberías, plazas, etc. No cabe duda de que se trató del best-seller
de la época.
Al
terminar de publicarse el Diario..., los editores le dieron medio millón
de reales aparte de lo acordado. A esta suma hay que añadir las ganancias
derivadas de la posterior edición de la obra en formato libro (dos tomos) en el
mes de marzo, y las siguientes reediciones.
Para
ponderar la importancia de la suma recibida, pensemos que el protagonista de su
cuento La novela natural dice haber
vendido un cortijo en Jaén por 80.000 reales. Esta misma cantidad recibe de
renta anual por un mayorazgo el protagonista de ¡Sin un cuarto!; y
20.000 reales anuales es el sueldo como “oficial primero de Intendencia” de don Francisco de Bringas en Tormento,
de Pérez Galdós (si bien supone un “rigurosísimo presupuesto”), etc.
Pedro
Antonio de Alarcón se suma en sus artículos a la ola generalizada de
patriotismo, aunque reconoce que “hay desproporción entre la noble ira que hoy
conmueve a toda España y el vejamen que pueda
haber sufrido en Ceuta nuestro pabellón”. Por cierto que esta
declaración, que aparece en la dedicatoria al general Ros de Olano, en
folletín, desaparece en las siguientes ediciones, en libro. Pero no esconde a
sus lectores las penalidades de la guerra. Reconoce el error cometido por
escoger la estación invernal para esta campaña, en la que incluso han de
soportar con frecuentes nevadas, y el error en la elección de los objetivos y
de los caminos, así como la deficiente atención médica. Así resume los
sufrimientos de los soldados: "Seguimos
lo mismo. Llueve, arrecia el cólera y se trabaja en el camino de Tetuán”.
Cuando
el escritor llega a África, la guerra lleva dos meses. El 25 de noviembre Prim
ha logrado la importante victoria de Bullones, pero la guerra está lejos de
terminar. La epidemia de cólera diezma el ejército que se ve reforzado con el
Cuerpo de Ros de Olano en el que se enrola. La campaña, según los datos más
bajos estimados (que son los suministrados precisamente por Alarcón) dan un
total de cuatro mil muertos, tres mil de ellos víctimas de las epidemias; otras
estimaciones doblan esta cantidad.
Al
alistarse, Alarcón compromete su futuro profesional y político, y también su
vida. PAA se involucra en la campaña, es herido en el frente dos veces, por lo
que se ve premiado con la Cruz pensionada de María Isabel Luisa, y la Cruz
Laureada de San Fernando, pasa noches a
la intemperie, comparte jergón con prisioneros, se compadece de los enemigos
heridos, dialoga con esclavos negros y fanáticos cadíes, asiste estremecido a
la muerte de compañeros de armas, disfruta el júbilo de la toma de Tetuán,
ciudad que describe emocionado, sin poder ignorar el origen andaluz de sus
habitantes y el parecido con los pueblos y
monumentos de Granada y de Almería; sobre todo le conmueven las figuras
femeninas hebreas y árabes, que describe con indisimulada carga erótica. En la batalla vive ajeno al nerviosismo del
riesgo; esa sensación es impropia de él, tan pendiente de la imagen que da ante
los demás, ahora está comprometido con el dolor; no solo de sus
correligionarios, también siente el dolor de sus enemigos. Por fin, llora al
abandonar el continente y evocar los momentos pasados.
La
estancia en el Rif le ha hecho alejarse de la sociedad superficial madrileña y
le ha hecho vivir intensamente los ambientes y personajes que ensoñara en su
adolescencia accitana. Pérez Galdós lo describe en la campaña: “Con las vueltas
del pañuelo de colores en su cabeza, Perico Alarcón era un perfecto agareno.
Viéndole de perfil, la vivaz mirada fija en el papel, ligeramente fruncido el
ceño... Así le sale historia de España lo que debiera ser historia marroquí...
Perico, moro de Guadix, eres un español al revés o un mahometano con
bautismo... Escribes a lo castellano, y piensas y sientes a lo musulmán...
Musulmán eres... “ (Aita Tettuen).
...los moros. Quiero hablarles; ser amigo de
ellos...
El
26 de enero los españoles toman por mar los fuertes del Atlántico de Larache y
Arcila, y el 7 de febrero, Tetuán. Pero desde la península, la opinión pública
pide más: «Nuestro
ejército no puede volver a España sin haberse posesionado al menos o de Tánger,
por su importancia en el Estrecho, o de Rabat, por su importancia respecto a
Mequínez, y el general O'Donnell no debe desconocer que estas conquistas son la
parte útil de la guerra» (La Iberia, 7 de febrero, cuando se recibe en
Madrid la noticia de la victoria de Tetuán). Aquí Pedro Antonio de Alarcón
impone el realismo que pide O'Donnell. España no puede enfrentarse a Gran
Bretaña, que de ninguna manera consentiría estos movimientos.
Evidentemente la guerra del Rif, pomposamente
llamada “de África” ha puesto a España al límite de sus posibilidades económicas
y militares, por lo que Alarcón reconoce que es el momento de firmar una paz
ventajosa que proporcione una honrosa
retirada. Igual postura defiende La Época, diario oficioso de la Unión
Liberal, frente al resto de la prensa, más beligerante.
Pedro
Antonio de Alarcón embarca en Tánger el 22 de marzo, convencido de que la
guerra debe de terminar y aceptar las condiciones del sultán de Maruecos,
Mohamed IV, e irritado con los partidarios de extender la guerra, se compromete
en una campaña por la paz, dispuesto a explicar que “la continuación de esta
guerra no tiene objeto; que será una
calamidad para España, cuyo espíritu público anda extraviado; que les
periódicos de la Corte, dueños absolutos de la opinión nacional, abusan de ella
para empujar nuestro Ejército hacia un abismo, movidos por un error, por la
ignorancia, por un patriotismo mal entendido.” Es consciente de que sería
imposible sostener “una guerra que nos cueste 100.000.000 de reales y cuatro
mil soldados por mes.”
Pedro
Antonio de Alarcón reconoce en estas líneas la desilusión y el desencanto que
en el fondo supone la guerra vista desde dentro. Con el dinero obtenido por sus crónicas hizo
un viaje a Francia, Suiza e Italia, que reflejó en la deliciosa obra De Madrid a Nápoles, pero esa es otra historia. Ya no volverá a ser
el cronista social que asistía a los eventos con el afán “de ver, de ser visto”
Aunque sigue escribiendo artículos y cuentos, acomete la elaboración de
estructuras más ambiciosas que posibilitan una exposición de sus ideas más
elaborada y razonada; inicia en España un género literario nuevo: la novela
realista.
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