CELEBRACIÓN DEL SANTO DE PEDRO ANTONIO. Alfredo Escobar. LA ÉPOCA (Madrid, 5-7-1880)



EL PATRIARCA DE VALDEMORO.
Valdemoro
El 29, San Pedro, fueron sus días, y nosotros fuimos a dárselos a su casa  de Valdemoro, donde acostumbra a pasar el estío.
En la estación  esperaba el poeta con ese traje de campo que suele ser tan a menudo el uniforme de la  felicidad: traje de lanilla de medio color, holgados zapatos blancos de caza, sombrero de jipi-japa de alas majestuosas...
—¡Adiós, D. Julián ...! Hola, Joaquín! ¡Tú también, Salvador...! Bien venidos sean Vds. y si me traen algún regalo, mejor que mejor.
Quien así hablaba era el autor de El Escándalo, y a quienes así saludaba, su familia y amigos íntimos que  llegaban a Valdemoro para pasar con él la festividad de  San Pedro.

No venían aquellos solos; les acompañaban repletas cestas, por las que asomaban sus cuellos las botellas, y sus uniformes de plata la lengua de Hamburgo y el salchichón de Vich.
Terminada la sección de abrazos, tomamos asiento en los coches que el poeta tenía dispuestos, y después de rodar una docena de minutos por la carretera y media por las calles del pueblo, se detuvo el rodado cortejo ante una casa de no vulgar apariencia, diríase la casa de un labrador rico, y giraron sobre sus goznes las pesadas puertas. Estábamos  en casa de Alarcón.
Para describir el recibimiento que a sus huéspedes  hizo, necesitaríamos la pluma del autor de El  niño de  la bola.
Primero hay un ancho portal, donde los que entrabamos nos deteníamos sorprendidos. Luego hay un patio
Inauguración de una placa en la casa de Alarcón en Valdemoro
cubierto por un toldo a la andaluza, y al penetrar  discretos los rayos del sol por las rendijas de la blanca lona, producían reflejos de 

esos que no puede sorprender el pincel. En aquel patio crecen jóvenes arbustos sobre medias tinajas pintadas de almazarrón, malvas rosas en proporción sorprendente, y claveles y
geráneos, y hierba Luisa, y albahaca.
En el fondo, a mano izquierda, se ve la ojiva de una capilla en miniatura , coronada por microscópico campanario, en el que una campanita nos saluda con sus alegres voces haciendo volatines. Permitidnos de paso que os presentemos al infantil campanero, Perico Alarcón, hijo del poeta. Hoy por hoy no toca más instrumento que la campana; pero cuantos le conocen abrigan la esperanza de que ha de heredar de su padre nombre y lira a la vez, y ha de ser regocijo y lustre de su próxima generación.
maestro de obras tendría algo que oponer. Fue construida por la propia mano de Alarcón a fin de preparar  una sorpresa a la dulce compañera de su vida. Creyó buenamente el ilustre escritor que quien había levantado con la imaginación tantos palacios y tantas góticas catedrales, y tantas máquinas de interesantísima historias, bien podría levantar una capilleja donde aprendieran a rezar sus hijos.
Calle Alarcón, 13. Estado actual del solar

No tenemos tiempo para contaros la historia de esta capilla, acerca de cuya forma arquitectónica un simple maestro de obras tendría algo que oponer. Fue construida por la propia mano de Alarcón a fin de preparar una sorpresa a la dulce compañera de su vida. Creyó buenamente el ilustre escritor que quien había levantado con la imaginación tantos palacios y tantas góticas catedrales, y tantas máquinas de interesantísimas historias, bien podría levantar una capilleja donde aprendieran a rezar sus hijos.
Y dejando dormir en el tintero la pluma de El final de Norma y de El sombrero de tres picos, se puso en mangas de camisa, y ladrillo sobre ladrillo, y sobre el ladrillo yeso y teja, dio cima a una obra que le costó mucho más trabajo que una novela y que le producirá, de fíjo mucho menos gloria, ¡pero a todo esto no os hemos dicho que en el patio había un general montado á caballo y una Reina en su carroza. No os sorprendáis. Estos personajes eran hijos de Alarcón. La carroza era una carroza infantil, la corona de la Reina, de papel, el caballo del general, de  cartón.
¡Qué placer puede igualarse al del propietario que os enseña su casa! Él os hace fijar la atención en los más ínfimos detalles. Los árboles de su jardín son los más frondosos del mundo, sus fresas superiores a las de Jericó, sus frutas más sabrosas que las de cercado ajeno...
Que el poeta nos perdone esta frase hija de nuestra envidia... De nuestra envidia, sí... Si el hombre que, además de tener una mujer y unos hijos como tiene Alarcón, es propietario de una casa de campo en los alrededores de Madrid no es feliz, ¿quién puede serlo en el mundo?
Sigamos recorriendo la casa. A la derecha está la bodega, habitada por inmensas tinajas y por  las golondrinas. No hay que decir si son respetados los nidos de estas mensajeras del verano. Dentro de poco vendrán a comer en la mano, y se les habrá puesto nombres.

En el fondo del patio se ve un arco árabe, que conduce al despacho de Alarcón. El mismo poeta ha servido de alarife en esta obra.
Entrada al jardín
En su despacho podrían verificarse muy bien carreras de caballos. Los muros tienen más de medio metro de espesor. Dentro no se siente calor jamás.
Sobre esa mesa se ha escrito El niño de la bola. La obra está llena de recuerdos de Andalucía, lo mismo que la casa. Para inspirarse Alarcón no debe haber necesitado más que dar una vuelta por su jardín.
Hay quien no conoce a Alarcón más que por sus libros. Esos, de fijo que se llevan chasco el día que se encuentren delante del patriarca de Valdemoro. Alarcón no responde a la idea que de él suelen formarse los que nunca le han visto.
La primera vez que se le ve impone con sus ojos brillantes y escudriñadores, y  su barba sedosa, negra. Aquella cabeza está reclamando un turbante. Cuéntase que cuando estuvo en África, los moros cruzaban los brazos al verle pasar tomándole  por un compatriota.
Pero a la segunda vez que se le ve, ya  se le quiere. Desaparece el académico y consejero de Estado, y queda el amigo.
El amigo más jovial y más  franco del mundo.
Describir la fiesta de Valdemoro, sería quitarla su  principal encanto: el de la más agradable intimidad.
Nada diremos, pues, de aquella merienda celebrada bajo una bóveda de ramaje; aquella comida, en la que el patriarca brindó por la unión de dos de sus convidados afiliados a dos partidos distintos: D. Emilio Cánovas del Castillo y D. Esteban Garrido, cuñado del general Martínez Campos.
También se brindó por la mujer del patriarca y por su hija Paulina, la mejor obra del autor de El sombrero de tres picos.
Para concluir bien, necesitamos hacerlo con algo  que no nos pertenezca.
Alarcón recibió el día de su santo varias felicitaciones en varias lenguas y dialectos, y en verso y en prosa además.
Entre todas no vacilamos en escoger la siguiente:
(…)
Tú en el maternal regazo
brotar sentiste el chispazo
que Dios al genio dispara
y soñaste en el Abrazo
de Vergara.
De tu vida en los albores
las dichas y los dolores
te trajeron muchos líos,
como prueban tus Amores
y amoríos.
Audaz, pendenciero y bravo
y sin tener un chavo,
Alfredo Escobar, Almaviva
fuiste perdiendo pelos,
enhebrando con El Clavo
Los seis velos.
De tu bandera al abrigo
África te vio enemigo
y nació en aquella tierra
El Diario de un testigo
de la guerra
Subiste luego a la parra,
y hoy, con lira o con guitarra
saludan astur y vándalo
al autor de La Alpujarra
y El Escándalo.
Hoy tienes gloria y cariño,
si haces a la suerte un guiño
te la llevas a la cola;
hoy en fin, eres… El niño
de la Bola.
¡Dios también te guarde!
y, sin más, porque ya es tarde,
te abrazan, sudando el quilo,
Herranz, Palacio, Velarde,
Campo y Grilo.
ALMAVIVA.
29 de Junio de 1880.
ALFREDO ESCOBAR. LA ÉPOCA (Madrid, 5-7-1880)
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Alarcón respondió con otras quintillas, publicadas en Últimos escritos, que empiezan "Mis muy queridos Velarde,/ Campo, Herranz, Palacio y Grilo/ que el cielo benigno os guarde" celebradas por Clarín (Paliques). 
Alfredo Escobar (1854-1954), segundo marqués de Valdeiglesias, fue director de La Época y diputado en Cortes desde 1884 a 1897, año en que la reina regente lo nombró senador vitalicio. Utilizaba el seudónimo "Almaviva" en sus crónicas sociales de El Imparcial. Es autor de Setenta años de periodismo. Memorias.
Los amigos referidos son los poetas Juan José Herranz (1839-1912), conde de Reparaz; José Velarde (1848-1892), Manuel de Palacio (1831-1906) y  Antonio Fernández Grilo (1845-1906).

Don Esteban Garrido Martínez estaba casado con la hermana del general Martínez Campos. Fue diputado entre 1876 y 1878.
Don Emilio Cánovas del Castillo, era hermano del presidente del Consejo de ministros, y diputado y autor de un celebrado manual de derecho administrativo. También disfrutaba de una casa de recreo en Valdemoro, que lindaba con la que tenía Luis Mariano de Larra.

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