HISTORIETAS LOCALES, 12 POR ALGO MÁS QUE POR SUS CUEVAS
Eduardo Soler Pérez fue profesor en la Institución Libre de
Enseñanza y de La Facultad de Derecho de la Universidad de Valencia, de la que
llegó a ser Decano. Su alumno Azorín dejó un emotivo retrato de sus clases.
Como todos los krausistas, daba una gran importancia al
contacto con la naturaleza y al senderismo, del que destacaba sus implicaciones
estéticas y morales, además de las evidentes físicas. Realizó múltiples excursiones por España de las que
dejó sabrosas descripciones. Le acompañaba como fotógrafo su hermano Leopoldo.
Este fue alumno de otro precursor del krausismo y del paisajismo, el profesor
granadino Juan Facundo Riaño, amigo de Pedro Antonio de Alarcón, quien le apodó
London, por sus conocimientos de
inglés, en la famosa tertulia “La Cuerda
Granadina”, en la que ambos coincidieron.
En 1901 los dos hermanos emprendieron el reconocimiento de
Sierra Nevada, que, partiendo de Granada, cruzaron por el Veleta hasta Trevélez, desde
donde se dirigieron a Laroles, luego al Puerto de la Ragua y al Marquesado. En
La Calahorra cogieron el tren que los dejó en Guadix, ciudad que Eduardo Soler describe
detalladamente, a lo largo de diez páginas, sin ahorrar impresiones personales,
en el capítulo XI de su obra “Sierra Nevada, Las Alpujarras y Guadix (Madrid,
1903) y que se reproduce parcialmente en
la Revista Contemporánea, núm.
126, abril, 1903.
Comienza advirtiendo que
Guadix “por algo más que por sus cuevas debe ser conocida”. La ciudad se
sitúa junto al río, que riega “su paseo público, sitio ameno en forma de
salón”. En la parte más elevada destaca la alcazaba, “en que se alzan aún
trozos de lienzos” y dos torres. Llama
Lo más original de la ciudad es la amplitud del barrio de las cuevas,
vivienda que no es “tan inferior ni
perjudicial como se cree, pues la totalidad de ellas disfruta de mayor
insolación y aireación que las exiguas peculiares de un caserío”, y “que
suelen abrir a plazoletas casi siempre destinadas al cultivo de algunas
hortalizas y flores, aparte de la higuera o el emparrado”.
El centro de la vida está en la calle Ancha, que se extiende
de Santiago “hasta tocar las alamedas cercanas al río y su paseo” . Se mezclan
los vendedores de frutas y verduras, de nieve, de cacharrería basta o fina, telas,
mantas y alpargatas y unos exiguos puestos
de carne. Labradores y jornaleros visten calzón corto, que no alcanza la media,
traje de paño, y sombrero negro de felpa
y pana. Asombra en la calle el “número
extraordinario de macetas con plantas”,
algunas más comunes (clavel, rosa, albahaca) y otras “modernas”
(fucsias, azaleas), que contrasta con el descuido de la vía. A la izquierda están
las iglesias mudéjares de San Francisco y Santa Ana en cuyo barrio hay
“plazuelas pintorescas con fuentes ornamentales, mereciendo mención, por su
frontón con escudos e inscripciones, la contigua a Santa Ana (esta es la casa
de Miguel Ochoa Palenzuela, ¿no?) , y casas
alternando con huertos, en que se dan la higuera, el manzano, el peral”.
Celebra a continuación la plaza de la Constitución, muy
concurrida y bulliciosa, y, cómo no, la catedral, de la que le sorprende su
luminosidad y la amabilidad del paseo que la rodea, más silencioso que la plaza
contigua. En el barrio que hay a derecha
de la calle Ancha abundan las casas de la clase media de un piso, balcones
pequeños y patio y algunos palacios, con soberbias torres y luminosos miradores.
Hay también en la ciudad vestigios de casas árabes con arcos y escudos
antiguos.
Por todo ello, concluye, “no es aventurado afirmar que
Guadix tiene títulos para una visita de no pocos días”. Máxime cuando el
ferrocarril ha dejado Granada a tan solo “seis horas de tren” (¡!), que
mejora la comunicación por la carretera
de los Dientes de la Vieja en diligencia con “toda ausencia de comodidades y
aseo característicos”.
Comentarios
Publicar un comentario