HISTORIETAS LOCALES, 13 RIFIRRAFE EN LA PUERTA DE LA CATEDRAL
El anciano
don Antonio Mira de Amescua volvió a Guadix el 16 de junio de 1632 para ocupar
el cargo de arcediano de la catedral, después de veinticinco años de ausencia
de su patria chica, cansado de la vida cortesana intensamente vivida en Madrid
y Nápoles. Como tenía que demostrar limpieza de sangre, el testimonio de
treinta y un testigos suplió el defecto de su ilegitimidad, pues era hijo de un
caballero hidalgo y su criada (más que probablemente morisca).
Antonio Mira
de Amescua era entonces un mito del teatro nacional, envidiado por Cervantes,
que lo llamaba “honra singular de nuestra nación”. Con casi sesenta años,
se refugió en su ciudad natal esperando disfrutar del reconocimiento de los
accitanos, como gloria local, y vivir sus últimos años. Pero no encontró en Guadix más que la
indiferencia de sus paisanos y fue víctima de los chascarrillos propios de los
cabildos pequeños, lo que le irritaba. El doctor gustaba de presumir de su fama
y sus títulos, era de carácter irascible y rebelde y, además, poseía una
estatura considerablemente superior a sus compañeros y una constitución
corpulenta con la que intimidaba a los demás.
En el cabildo coincidió con otra “vieja gloria” procedente de los círculos literarios de la corte, el bastetano Francisco Márquez Torres, que estaba muy lejos de hacer el papel de prosélito del incómodo y orgulloso compañero de coro. El choque de los dos ancianos, que ya habían polemizado en Madrid, dio lugar a momentos desopilantes. Ambos se enzarzaron en un rifirrafe el 7 de junio de 1633.
Mira de
Amescua había propuesto como Colector de Alcudia a un protegido suyo, noble, pero
el obispo eligió a un sastre propuesto por Márquez, ante lo que el arcediano
reaccionó violentamente, acusando al obispo de tratarlo como lo harían los
protestantes de Ginebra, dando “voces descompuestas”, y
despidiéndose con un sonoro portazo, por lo que fue inmediatamente castigado
con una multa y la suspensión de su derecho de asistencia y de voto en el
Cabildo por un año. No contento con eso, al día siguiente, en la puerta de la
catedral ambos ancianos se cruzaron insultos y llegaron a intercambiar golpes,
por lo que fueron multados y encarcelados; y no era el primer incidente que
protagonizaba el poeta, pues como testimonia el Deán de la catedral “le consta que el señor Arcediano
desde que entró en esta Santa Iglesia ha tenido varias pesadumbres, ocasionando
a ellas a muchos señores capitulares, como es notorio, y no ha tenido
enmienda”. La pena se les
levantó por su público arrepentimiento después de diez días de prisión. Dos años después, el 14 de agosto de 1635,
provocó otro incidente el colérico arcediano, contra un prior al que acusa nada
menos que de distraer parte de las limosnas destinadas al hospital de pobres.
Aparte de
cumplir sus cometidos sacerdotales y jurídicos, estrenó en Guadix su último
auto sacramental, “La ronda del mundo”, se encargaba del relevo y nombramiento
de los músicos y de su participación en celebraciones, fiestas populares y
corridas de toros; ejerció de jurado en diferentes certámenes literarios, etc.
Por
enfermedad fue dispensado de sus obligaciones ordinarias en 1642 y murió en
Guadix el 8 de septiembre de 1644.
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